sábado, 19 de diciembre de 2015

PERIODISMO PARA TODOS






        Primero y antes que nadie, yo mismo. Yo, que sigo un comportamiento bovino como el resto de mi clase. Yo que escribo con la rabia del que sabe que no depende de éstas líneas para vivir. Yo que no estoy donde debería estar. Que no camino las calles ni abrazo a la gente que debería abrazar.

        Esta semana el periodismo argentino nos ha regalado una crónica maravillosa sobre la superación de un niño a través de las adversidades que ha tenido que vivir. Nos han contado por medio de la prensa, la radio y la televisión la historia de Lucas Cesio, un niño de doce años que ha vivido los últimos seis en la calle junto al resto de su familia. Hay varios detalles sobre los que vale la pena detenerse. En primer lugar, dada la difusión, pareceria que Lucas es el único niño argentino que vive en la calle, pero no es asi. Hoy en día no hay cálculos fiables para saber cuántos niños están en situación de calle en argentina, pero si se sabe que hay unos seis mil que no tienen cuidados parentales (familiares) en Buenos Aires y que son la mitad del total del país según Unicef (datos del año 2011).
       Lo que maravilla y babea a la clase media argentina y a sus pseudoperiodistas, es que Lucas y su familia ¡no han pedido dinero! Eso emociona el tibio culo de los consumidores de mierda periodística y ejemplos de vida. Cuenta Lucas que camino de la escuela pedían en almacenes, cafés y panaderías. Con mi familia no pedíamos plata, lo único que queríamos era lo que les sobrara para poder comer. Si nos querían dar dinero les decíamos que no, que preferíamos una empanada” Imaginen a la mamá de Lucas comprando remedios en la farmacia y pagándolos con vigilantes o bolas de fraile del día anterior.
     La noticia emociona mucho. Al ser entrevistada por la periodista Magdalena Ruiz Guiñazu, la directora de la escuela de Lucas, Karina Gorenstein, exponente brillante de una clase social hipócrita y que vive de las apariencias, le contesta que está “orgullosa de ser tapa de Clarín”.(Radio Mitre 18-12-2015)
      La noticia es replicada centenares de veces. Que nunca más uno de esos llamados “negros cabeza” se queje de su situación, Lucas pudo. Que no pidan ayuda, habitación o planes para sobrevivir, Lucas pudo. Estos hipócritas empleados de empresas de publicidad que se autodenominan periodistas, escriben temblorosos con los dedos a punto lágrima la historia de este chico como antes escribieron la historia del niño refugiado sirio ahogado en el mediterráneo. Nada dicen de los otros miles. Nada. Se quedan en un caso particular ninguneando los otros miles de casos particulares de los que no lo logran. De los que no logran vivir en la calle sin ser lastimados física o psicológicamente. Nada dicen de los que no terminan la escuela, de los que trabajan en talleres clandestinos de costura de la familia de una primera dama o en los yerbatales de algún expresidente, hoy embajador.
¿Cómo es posible que un niño viviendo en la calle forme parte de la realidad cotidiana y aceptada de una inmensa mayoría que se piensa “decente” de un país? No llama la atención un niño que vive en un coche abandonado, lo que llama la atención es que haya terminado la escuela sin molestar a nadie. Lucas dice, Una vez nos mandaron a un parador que tiene la Ciudad para los que viven en la calle, pero fue horrible. Nos miraban mal y nos gritaban. Esa noche la miré a mi mamá y le dije que no quería venir nunca más y que prefería estar en el coche”. Cuando la gente parecida a Lucas intenta tomar un terreno para dejar de vivir en un coche y vivir algo mejor, los vecinos saltan horrorizados ante el aluvión de los morochos. Quizás esa sea otra de las explicaciones para el fenómeno lacrimógeno. Lucas no es morocho, o sea que podría ser cualquiera de nosotros ¡válgame dios!
      El Estado está desaparecido. No importa cual sea el alcance territorial ni quien esté a cargo del Estado. Si un solo chico vive en la calle, es proclive a que lo hagan mierda en cualquier momento. Y el Estado no está. Ni el Estado del país con “Buena Gente” ni el Estado de “En todo estás Vos”. La mitad del país todavía está en éxtasis por la década ganada y la otra mitad todavía no deja de festejar el Cambio.
      Hace un par de años estaba caminando por el barrio porteño de San Cristóbal. Por encima de algunas calles, atravesándolas de forma perpendicular, pasa la autopista que conecta el sur de la ciudad con el aeropuerto de Ezeiza. Debajo de esos “puentes” muchas familias acampaban con todas sus pertenencias. Se veían bajo las frazadas y los plásticos los muebles, la ropa y los juguetes. De vez en cuando se veían sitios que estaban desiertos pero con rastros de hollín en las paredes y en la acera.       Les pregunté a mis amigos si sabían que era eso. -Si, -me decian,- los vecinos les incendian las cosas. Son peligrosos, nadie los quiere cerca.
No, nadie los quiere. Salvo que sea Lucas y salga en Radio Mitre, TN o Clarín.
No, nadie los quiere. Salvo que yazcan ahogados, en alguna playa del mediterráneo.
Nadie los quiere.

Excepto si sirven como una perfecta cortina de humo que tapa la torpeza de un Estado que, ahora es evidente, se dispone a fabricar muchos más Lucas. Algunos saldrán airosos, los demás serán víctimas de la avidez de unos pocos y la apatía del resto.

miércoles, 15 de julio de 2015

DANIEL


Casi te puedo ver atravesando los días y las humedades que se aferran a tu piernas. Humedades pegajosas de veranos que se transforman en viento y en invierno. Es esa manía que tiene el tiempo de enfriar las urgencias y pintar de ocre las fotos.

Casi te puedo ver, un poco delante mio, un poco de costado, envuelto de multitudes de amados ausentes. Y nos encontramos en un abrazo y cerramos juntos los ojos y todo vuelve a estar en su lugar, todos vuelven a estar. Entonces aparecen tus gambetas con la Pulpo y tu risa. Aparece la abuela Sofía despertándote de madrugada para que te pruebes el pullover que te teje. Brillan de nuevo las tardes que corríamos por el patio de tu casa perseguidos por Pamela. Y los partidos de tenis inolvidables en el asfalto de Misiones recorrido por serpientes de brea blanda.
Me quedo con los ojos entornados y la soledad y la madrugada ayudan a abrirte la puerta de casa para que festejes conmigo algún cumpleaños, esa alegría infinita cuando nos daban permiso para quedarnos a dormir en tu casa o en la mía.

Hoy nos van a volver a echar del comedor, porque los grandes están acomodando las fichas nacaradas del poker. Nos vamos a sentar en la mesa de los chicos y vamos a brindar con Crush o Mirinda, vamos a brindar porque entre tu mirada y la mía el desfile de encuentros no se termina.

Durante esta madrugada el tiempo se romperá la cabeza impotente, porque no podrá contra tu risa riéndote de mi "gancha". Porque seguís brillante, mi Primer Amigo, corriendo rapidísimo bajo el laurel gigante que crece en el patio coronando un día que siempre quedará a salvo del olvido y del frío.

Feliz cumpleaños, Dani.


lunes, 25 de mayo de 2015

ZEIDE (1915 / 2015)


Mi abuelo ( el Zeide) fue un hombre de pocas palabras. No estoy hablando de un tipo parco o huraño, por el contrario, mi abuelo era cariñoso y expresivo con sus sonrisas y sus abrazos. Pero mi Zeide tenía poco para decir. Fue un hombre de campo y de trabajo y las pocas palabras que pronunciaba eran seguras y compactas como bloques de hormigón. Tenían que ver con el trabajo, con la honestidad y la lealtad.
Mi abuelo prescindió de la pirotecnia discursiva y desdeñó el pasatiempo de apilar razones para una argumentación. La elocuencia de mi abuelo era su trabajo físico. Y sus silencios eran un tratado de ética. La mayoría de imágenes que recuerdo de mi abuelo son de su cintura para arriba. Fueron muchísimos años de trabajar tras el mostrador en la inolvidable despensa Oasis en la calle Bolívar de Mar del Plata. Mi visión de niño sobre él era de perpetua admiración, me sorprendía su fuerza para levantar varios cajones de vino de una vez o como alzaba un montón de cajas de latas de conservas sobre las que yo trepaba para mirar mi mundo infantil desde un punto más elevado que mi metro quince de altura.
Mi abuelo también fue niño. Un niño que trajeron sus padres huyendo del saqueo de Beltsi, cuando Moldavia todavía era Besarabia. Un viaje en barco cruzando el atlántico para ponerse a salvo de la fuerza bruta y destructiva del nazismo. El niño se hizo adolescente y luego adulto en los campos de piedras de una Neuquén de principios de siglo veinte. Lo vieron en Zapala y también en la cima del Copahue. Él me contó de sus días de trabajo en la tienda de ramos generales de Loncopué, en como hacían contrabando a través de la frontera con Chile. Me contó la historia de la cicatriz en su frente y la bala que picó tan cerca. Me contó que comenzó a fumar tabaco a los seis años y que también lo dejó unos meses después. También supe de algunas expediciones urgentes y necesarias.
Tuvo una compañera inolvidable, un hijo que murió demasiado pronto y una hija cuyas travesuras en la niñez ya son leyenda. Soy el hijo de esa nena que se refugiaba en el tejado de la casa para huir del castigo.
Me contaron de mi abuelo Isaac saliendo al balcón, engañado por el sonido del viento, creyendo que era la voz de su hijo, aturdido de dolor y negando la certeza de la tragedia. Luego se encerró en el trabajo y en las siestas. Se encerró detrás de una mirada que a veces desaprobaba los exabruptos de los nietos y que la mayoría de las veces los observaba con orgullo.
Esta página electrónica es apenas un débil reflejo de una de las personas que más he amado en mi vida y que hoy hubiese cumplido cien años. Tengo un abrazo que lo busca desesperadamente. Sin embargo me habita como otros. Mi abuelo anda dentro mio con su trabajo y sus labios apretados, con sus manos fuertes y su voz segura. Anda con mi abuela Matilde, juntos, para siempre. Ellos recorren toda la memoria del niño que fui y salen a pasear entre estas letras, durante este grito mudo, estas lágrimas
este amor.

lunes, 23 de marzo de 2015

ANDALUCÍA Y LA GRAN COSTUMBRE


De algo estoy seguro, Ale jamás fue de putas. En la búsqueda de absolutos, el placer también es un disfrute y un trofeo. ¿Dónde está el placer de un orgasmo fingido? ¿Dónde está el placer de ser acariciado a cambio de dinero? Sin embargo muchos si encuentran placer en las putas, en esas que después desprecian e insultan. Ser hijo de una puta es algo que a cualquiera le pudo haber pasado, es un insulto torpe y despreciable. En cambio, ser cliente de una puta es un insulto que no existe, es demasiado humillante y, sobre todo, popular.
En las elecciones de Andalucía, en España, ganó el voto popular. Ganaron los dos partidos populares. Entre el PSOE y el PP lograron unos dos millones y medio de votos. Para asegurar este resultado, los medios de comunicación estuvieron meses insistiendo en que la nueva agrupación Podemos (unos seiscientos mil votos) tiene conexiones con Venezuela y, en caso de acceder al poder, instaurará un régimen neochavista. Cuando los gobiernos son populares los medios insisten en que se trata de "regímenes", en cambio, cuando el poder es gerenciado por representantes de partidos con lazos en grandes empresas son tratados como gobiernos serios y democráticos.
La democracia es agitada permanentemente para vender guerras, para hacer negocios y para perpetuar en el poder a una nueva clase de personas que se enriquecen administrando los estados y dilapidando el dinero público. Hace rato que las democracias son meros instrumentos de las empresas para ampliar su beneficios hasta el paroxismo. En Andalucía, una vez más, ganaron las empresas. Ganó esa izquierda mentirosa que, a cambio de básicos derechos civiles, sigue haciendo concesiones a los poderosos a cambio de nombramientos, viajes y lujos. Ganó la casta de nuevos ricos que exigen más sacrificio a los que nunca hicieron otra cosa. Ya no da risa pero si espanto que un partido que se dice "de izquierda" vaya por ahí subordinado a la iglesia y a la monarquía. Da asco que cargue, junto con el PP, la responsabilidad de los suicidados que perdieron toda la esperanza cuando fueron echados de sus casas por la policía siempre fiel al orden.
El domingo Ale no fue de putas, y vio que mucha gente tampoco. Pero la gran mayoría, algunos con alegría y otros resignados, si que fueron. Y esos, los que fueron, después hablan del futuro y de las generaciones que vienen. Ni siquiera se lavan las manos después de las putas, después de votar, se las limpian fingiendo una caricia en el pelo de sus hijos.

Que hable Julio Cortázar, él, desde el pasado, ya había visto toda esta mierda.

"Una moneda cae cara o cruz
como la cruz cae Cristo o los ladrones,
como la cara cae gracia o sombra
como la luna cae estatua o perro,
y al pie de ese deslinde
vela la Gran Costumbre.
La Gran Costumbre con capucha de avestruz
vela al pie del deslinde
para que una moneda caiga siempre cara
y toda cara siempre sombra caiga,
para que toda cruz sea Cristo,
para que el pie no salga de su huella vela la Gran Costumbre,
vela con largos dientes colgando sobre el labio cuneiforme,
baskerville, elzevir: el Código, ese nombre del hombre vuelto Historia.
-Salud, maravillosos niños norteamericanos
llamados a lavar la lepra hereditaria,
irrumpiendo en la sala cuando el padre y la madre miraban la TV
con una sana, perfecta puñalada, con un fierrazo en las cabezas
donde Kolynos o Goodyear vaciaban sus gusanos de manteca podrida
Saludo a Mervyn Rose, a Sandy Lee, a Roy McCall, a Dick pecoso y sucio,
y a Lana Turner junior, capaz de hacer lo que no hará la silla eléctrica.
Salud jóvenes héroes, asesinos de un tiempo proxeneta.
Legítima defensa, muchachito, están tratando de violarte, te acorralan
con un bozal de enciclopedias, promoción y De Soto
con el dentífrico perfecto, el telegrama en fórmula de lujo,
con discos de Sinatra o del Cuarteto Húngaro
ve, gánales de mano,
no te vendo palabras, mátalos de verdad para que vivan,
quiero decir: arráncalos de cuajo,
haz pedazos la rueda de las ruedas, destruye a escupitajos una historia
que masturba sus monos al ritmo de las máquinas de Time
que entroniza princesas de ruleta católica,
que engendra putas para despreciarlas desde el lecho legítimo
con un desprecio que no irá jamás a un
almirante o a un obispo.
Oh niños asesinos, oh salvajes antorchas
fulminando a las tías comedoras de estampas y pantallas floreadas,
a los abuelos con medallas de honor en la entrepierna,
a los papás que pontifican experiencia,
a las mamás que cosen los botones con aire de martirio.
Una lata de nafta, un fósforo y se acaba:
la hoguera es una rosa
la noche de San Juan empieza, hosanna!
Mientras se viva así, en la Gran Costumbre,
mientras la historia siga su cópula gomosa con la Historia,
mientras el tiempo sea hijo del Tiempo
y preservemos las podridas efemérides
y los podridos héroes de desfile,
las caras serán sombra,
las cruces serán cristo,
y la luz el amargo kilowatio, y el amor
revancha y no leopardo.
(Algunos, pocos, viven desacostumbrándose.
los matan a montones, pero siempre
hay alguno que escapa,
que espera a la salida de la escuela
para alentar al colegial de ojos de hielo
y regalarle un cortaplumas.)"
Julio Cortázar
La Gran Costumbre, en La Vuelta al día en Ochenta Mundos (1967)

miércoles, 25 de febrero de 2015

MEIDELE 25/02/1915 – 25/02/2015



Cuando llegaban los primeros días de invierno comenzaban a vigilarla bien de cerca. Es que ya tenían experiencia en eso de sus estropicios. Por eso, cuando regresaba del colegio, la madre le pedía que la ayude con la cocina para que se entretenga y no piense en mishigás locuras. A ella le gustaba estar entre las ollas, aprendió todos los secretos del arte culinario. Luego, después del almuerzo, leía todo lo que le pusieran delante.
Pero de vez en cuando, si alguna de las historias de Scholem Aleijem no la atrapaba, miraba hacia fuera y adivinaba en el color azul del cielo la tierra helada del patio que esperaba. Una tarde escapó de la vigilancia y lo volvió a hacer. Fue hasta la canilla del extremo del enorme patio y dejó que el chorro de agua cayera y fuera anegando toda la superficie. Paciente, esperó un par de horas y supo que ya estaba lista su pista de patinaje casera. Mattla se calzó los patines y comenzó a dar vueltas por el patio. Resbaló la madre cuando fue a tender la ropa, enojada y sorprendida le prometió a gritos el castigo nocturno. Resbaló la abuela y riendo sentada en el hielo acompañó con risas las idas y venidas de la nieta. Llegó el padre y no resbaló por poco, pero sí el caballo que quedó abierto de patas tendido en el piso. Cada invierno era lo mismo.
Mattla me contó que iba al colegio con otras niñas y niños. Estudiaban aritmética, lectura y tareas manuales. Los niños aprendían a trabajar la madera, el cobre, el hierro. Aprendían los rudimentos de la mecánica y de la construcción. Las niñas aprendían costura, cocina y se preparaban para ser buenas esposas y madres. Había una aparente tranquilidad en las calles de Kishinev, aunque la sombra de los progroms sobrevolaba los relatos de los mayores y se hacía terror en algún grito aislado cuando salían del schule.
La infancia de Mattla fue inolvidable, como inolvidable fue el fin de esos días invernales de hielo que en verano eran río y limonadas. Ella recordaba humo en el cielo, miedo en sus padres, en los vecinos, en todo el barrio. Recuerda como llenaron rápidamente un par de baúles, a su padre llegando a casa y decir con voz entrecortada que los soldados habían incendiado su fábrica. Rivca, su hermana menor, agarra todas las muñecas que puede y las intenta guardar en uno de los arcones, pero no hay lugar para todas, y la abuela le dice que tiene que elegir solo a una. Rivca llora, cada una de las muñecas tiene nombre, tiene una historia, algunas se portan mal pero la acompañan por la noche, en cambio hay otras que son hermosas, buenas y aplicadas, pero que prefieren quedarse en su casa de muñecas ajenas a los terrores nocturnos. Rivca tiene que elegir solo a una de ellas. Como muchas madres tuvieron que elegir años después en esa Europa que siempre tuvo algo de sádica. Rivca se queda con Anna, una muñeca de patas largas que siempre estuvo con ella desde pequeña y que soportó junto a ella aquella pesadilla del alud de nieve.

La familia partió de Kishinev tres días después del saqueo a la fábrica, cruzaron el océano y bajaron en el puerto de Buenos Aires. Y Jamás volvieron a Europa.
* * *
Tengo algo escrito por ahí de los años de Mattla, la Bobe, en Buenos Aires. De como conoció al Zeide y de la vida que llevaron juntos en Loncopué y en Zapala donde nació mi vieja. Y después la tragedia que transforma y desfigura a esa familia para siempre.
Hoy se cumplen cien años del nacimiento de la Bobe. Un ser infinito porque ocupa todos mis años y porque su presencia es constante cada día. Ella me quiso con tanta intensidad, que todavía ahora mientras escribo, me siento colmado de algo que solo puede ser amor. Ya dije por ahí que me dio un poquito de Idish y el amor a los libros. Que me regaló la primera bici y la segunda también. Que me llevaba a las clases de natación que terminaban con un comentario de aliento y una coca cola. Y las tortas de cumpleaños y la mesa arreglada de los domingos. Y los almuerzos donde mi zeide y yo oíamos como discutía con su archienemiga Mirtha Legrand.
Y pasan los días y ella sigue gigante, con su ateísmo, con su militancia, con la esperanza de un mundo mejor y socialista.
Vos sabés, Bobe, esto es por el cien, por el aniversario con forma de número redondo.

Vos sabés que no hace falta mientras cada noche sigas viniendo a darme tu beso.