UNO
No sé porqué me llamó la atención
el tipo. Quizás era su mirada, una mezcla de decisión con algo de
timidez, si es que esa mixtura que roza el oxímoron es posible. Era
un tipo con apariencia corriente. Usaba camisa celeste, jean y
zapatillas. Tendría unos treinta años, o quizás un poco menos.
Tenía puesta una gorra negra con una pequeña visera. El tipo estaba
de pie en una esquina muy transitada y cada tanto alguien se lo
llevaba por delante sin querer. Algunos mascullaban una disculpa y
otros seguían sin prestar atención. Pese a los empujones y al
gentío, se mantenía de pie y miraba hacia un lado y otro como si
estuviese a punto de comenzar a hacer algo que ni él mismo sabía
que era. Comenzó a mirar fijamente a una señora algo mayor que
caminaba con la que seguramente era su nieta. A la señora le quitó
torpemente la cartera y a la nena, con un gesto rapidísimo, le sacó
el chupetín de la boca. En medio de los gritos de la vieja y de las
miradas que comenzaban a reparar en su figura, el tipo se elevó unos
centímetros del piso. Yo no atiné a nada, estaba sorprendidísimo
con todo lo que estaba pasando, o quizás me quedé quieto porque no
soy de reaccionar rápidamente. Nadie pareció notar que el tipo se
elevaba cada vez más. Desde una altura de unos tres metros el tipo
flotaba sosteniendo la cartera de la vieja con la punta de sus dedos.
Llevándose el chupetín a la boca le sonrió con suficiencia a la
muchedumbre. De pronto un chabón le tiró un adoquinazo al grito de
“¡ladrón hijo de puta!”. El muchacho se vino abajo y la
multitud empezó a pegarle puntapiés, a insultarlo y a escupirlo.
Llegó la policía y, mientras se lo llevaban, el tipo no dejaba de
murmurar “puedo... ¡puedo!, dios mío, ¡puedo!”. Uno de los
policías le dijo paternalmente: “no pibe, eso no se puede hacer,
está mal.”
Durante tres o cuatro días todos en el
barrio comentaban asombrados de que alguien tuviese la osadía y la
desfachatez de robarle a una señora mayor y a su nieta. Aunque
otros, aún más asombrados, se decían que había que ser medio
boludo para robar en un lugar tan transitado y frente a una
comisaría.
DOS
Todos caminan presurosos rumbo al
trabajo o a la escuela o hacia alguna asquerosa obligación de esas.
El papel está tirado en el piso, ya tiene marcas de varias suelas.
Alguien repara en él y lo levanta. El papel tiene una escritura casi
ilegible. Está escrita con tinta azul y en cursiva:
“Podría haber nacido en cualquier
sitio del planeta. Entonces, podría estar preso de cualquier
circunstancia cultural. Podría haber nacido pobre o rico, podría
ser un miembro más de la clase media en Uganda, Paraguay o Irlanda.
Pero el azar me hizo nacer aquí, con estos programas de televisión
y no otros, con estas golosinas y no otras... Podría haber nacido en
cualquier época. En la época de los prodigiosos brahmanes hindúes
o en la época de los milagros en el Mar de Galilea. Podría haber
nacido en Mongolia, donde siempre es la misma época histórica, pero
nací en esta, donde existe la anestesia pero todavía no existe la
mayonesa que no engorda. Algunos insisten en que las circunstancias
las fabrica uno mismo. Tonterías. Estamos presos de decenas de
variables que escapan a nuestra voluntad. Quizás por eso, la única
certeza es la muerte. Quizás por eso la espero con ansiedad, como si
fuese el único hecho definitivo y sin margen de contextualización
(que palabra de mierda para escribir en cursiva), o de
interpretación.”
En un costado del escrito había una
multiplicación: “12,345,679 x 9”
Y del otro lado, el papel estaba
impreso y se leía “Tintorería Pekín” y más abajo: “un
saco: lavado y planchado 16,75,-”
TRES
Lo deseó intensamente. Sabía que esa
era la principal condición para que ocurriese. Y sabía que también
era un requisito ineludible que ese deseo durase día tras día
durante meses y años. Que el deseo tenía que transformarse en una
obsesión abrasadora y que no bajara la intensidad en ningún
instante. Esa tarde, en la soledad de su habitación se enfocó una
vez más en lograrlo. Cerró sus ojos y dejó que la adrenalina
recorriera todo su cuerpo y se hiciera dueña de cada uno de sus
músculos. Lloró conteniendo las lágrimas detrás de sus párpados.
Se abandonó en la calidez del llanto sin dejar de estar enervado,
sin perder la concentración ni la tensión. Sus ojos cerrados se
enceguecían de manchas fosforescentes. Perdió la noción del
tiempo. Cuando abrió los ojos supo que lo había conseguido. Había
huido, ahora habitaba otro cuerpo. Sereno y cauto, dedicó los
primeros segundos a sentir su nuevo estado. Se miró unas manos
pequeñas muy blancas. Estaba sentado sobre una cama. Miró el suelo
de madera y las paredes cubiertas con ilustraciones de animalitos y
caricaturas amistosas. Había una caja donde asomaban juguetes.
Estaba emocionado, ¡era un niño!. Tenía toda una nueva vida por
delante. Podría, en esta especie de eternidad, estudiar más
idiomas, probar otros estudios, y más adelante disfrutar de nuevas
mujeres...
No se atrevía a bajar de la cama. No
sabía en que lugar estaría. ¿Cómo serían sus padres? ¿Tendría
hermanos? ¿En qué año estaba? ¿En qué sitio del mundo estaba
viviendo?
Del otro lado de la puerta cerrada de
la habitación se oía una discusión entre un hombre y una mujer
que, de a poco, iba subiendo de tono. Acarició el acolchado rosado y
reparó en la fila de muñecas que lo miraban del otro lado de la
habitación. Se vió a él mismo con una musculosa con volados
rosados y una falda que le cubría “sus” piernas de no más de
ocho años. Toda una vida se había entrenado y esforzado por lograr
la transmigración y volver a ser niño. El truco de la inmortalidad.
Pero ahora estaba dentro del cuerpo de una niña. Se sintió raro
pero no se asustó, es algo que estaba en las probabilidades. Fuera
de la habitación hubo un estallido de vidrios rotos. Ahora la
discusión entre el hombre y la mujer era a los gritos. De pronto
hubo un escándalo de sillas caídas, otro vidrio más y el grito
golpeado y roto de la mujer. Silencio. Lo único que se oía era un
sollozo debil a lo lejos. La puerta se abrió de golpe con una
patada, la luz debil y el olor a alcohol entraron juntos. Supo que
pasaría toda una vida para intentar huir de ahí.
CUATRO
Tres de la mañana. Control remoto en
la mano. Me estoy por quedar dormido. Apreto el botón, noticiero en
francés. Apreto el botón, cartoon network. Apreto el botón,
noticiero repetido del mediodía. Apreto el botón, un coso que
adivina el futuro. Apreto el botón, juego de llamar y ganar. Apreto
el botón, más dibujos animados. Apreto el botón, uno de barba
larguísima y turbante habla inexpresivo mirando de frente. Subo el
volumen.. “...ques más porque ese no es el camino. Porque hay
un lugar donde están todos los objetos perdidos. Un lugar muy
cercano al infierno. Un lugar donde están las llaves, las pelotas de
plástico, los chupetes, las lapiceras y las medias sin su par. También
está la lista de todos los besos que no has dado, por cobardía o
distracción. Está todo lo que pudiste haber sido. Pero las personas
que amamos no están ahí, esas siempre se quedan con nosotros...”
Apreté el botón y apagué la tele. Me
fui a dormir un poco frustrado. Nunca hay una teta cuando hace falta.
CINCO
Por el culo te la hinco.
El Editor A Quien Nadie Le Ha Preguntado Nada opina que hubiera ido bien el siguiente título: "Cuatro Cuentos Brevísimos y un exabrupto innecesario" .
ResponderEliminarEl tres lleva el sello Germán en el ADN. Excelente.
Levante la mano quien no se reconoce en el cuatro. (no "en cuatro", basta de exabruptos, Sr!)
Saludos,
Hoy el Ciclón le clavó dos a Boquita, je!
¡Claro que necesito un editor! A veces estoy en medio de un problema y no se que hacer... Respecto del tres, yo sé que te gustan esos finales que van creciendo como una ola. ¡Qué grande el Ciclón! (¿habrá sorpresa contra el Real Madrid o nos comemos ocho?)
EliminarABRAZO!
Pata negra. Germán. Empiezo a plantearme comentarios largos llenos de preguntas. Hay mucho que aprender aquí.
ResponderEliminarGracias Álex, tus exageraciones me llenan el ego de algo tibio muy agradable. ¡Espero los comentarios y las preguntas! Aprendamos todos, maestro.
EliminarAbrazo y saludos a la familia!
Buenas: no estoy esperando que nadie me defina como El Gran Ausente. Pero estoy en una de esas fases cíclicas en las que David Foster Wallace (más concretamente su fantasma) me tiene secuestrado. Sabéis lo que eso significa. De momento, hasta que me arme de valor para leer estos cuatro cuentos y asumir las consecuencias que ello puede acarrear, estoy observando si esto redunda en una Regeneración Casi Definitiva de la Comunidad Que No Debió Extinguirse.
ResponderEliminarHola Gran Ausente !! Me alegra muchísimo que dejes por aquí tus palabras Francesc! El grupo no se extinguió, fue un retiro brevísimo. De a poco se va animando...
EliminarEs difícil opinar después de haberte visto gestar cada cuento, la forma en que se te ocurrieron, ver tus expresiones mientras me narrabas cada uno, que en lo personal lo disfruto mucho ....y la variedad con la que nos podemos encontrar, me gusta que no te hayas quedado con las ganas de escribir lo que querías ...
ResponderEliminarQue bueno estar casado con la presidenta de mi Fan Club...
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