Lo
bueno y lo intenso de las vivencias infantiles es que todas son
significativas, y cualquier historia, por inverosímil que sea, puede
convertirse en un hecho real. De los hechos y de las probabilidades
es de lo que están construidos los sueños, las pesadillas y las
obsesiones que se forman en la niñez. Por eso las experiencias a esa
edad quedan grabadas para el resto de la vida. Cuando somos niños
cuesta diferenciar qué relatos son pura fantasía y cuales de ellos
pueden convertirse en algo real.
No
recuerdo que cosa ocurrió, porque en algún momento de esa tarde de
mayo marplatense me aburrí de patear la pelota contra la medianera
del patio y entré a la cocina cálida de mate y bizcocho. La bobe
cocinaba algo para la noche, y cuando se diera cuenta de las marcas
de la pulpo de goma en la pared blanca de afuera seguro que me iba a retar.
Solo un reto si no se daba cuenta de las flores pisoteadas... Desde
la cocina salí al pasillo y luego de pasar de largo por la puerta de
mi cuarto llegué a la habitación de mamá y papá. Tenía los ojos
llenos de aburrimiento y no sabía muy bien qué es lo que buscaba.
Entonces advertí el libro que estaba en el suelo del lado de la cama
donde se acostaba papá, tenía la portada amarilla y un dibujo
complicado de descifrar a mis diez años. Siempre mi viejo leía
ciencia ficción, quizás a fines de la década de los 80´era lo
único que se podía leer... La ilustración en la portada es la de un
señor cuya cabeza era una gran esfera con un mecanismo y
sobre todo eso, un sombrero. El libro se llamaba “Las Maquinarias
de la Alegría” de Ray Bradbury, y fue con ese libro que dejé a
Julio Verne y a Monteiro Lobato y me interné en la ciencia ficción.
Eran varios cuentos, pero el que me impresionó para siempre tenía
un nombre algo extraño para un título: "¡Muchachos!
¡Cultiven hongos gigantes en el sótano! "
En
la historia varias personas hacían caso a unos avisos publicados en
unas revistas de divulgación científica, donde invitaban a cultivar hongos en los sótanos. La
gente compraba los sobres con las semillas a través del correo y lo
que ocurría es que dichos hongos eran en realidad alienígenas que a
través de esporas entraban en el organismo de las personas y tomaban
el control de sus cerebros. Las personas seguían con su mismo
aspecto, con la misma voz, pero ya no eran ellas, Era una
inteligencia colonizando a otra. Lo aterrador de la historia es que
muchos se daban cuenta de lo que ocurría, pero se dejaban infectar
creyendo que no se podía luchar para lo que, aparentemente, era ya
una nueva realidad.
Esas
son las historias que, imposibles quizás, impresionan y se
convierten en terrores factibles. Luego se acomodan en la psicología
de cada uno y se archivan con un rótulo tranquilizador: Cosas de
chicos.
Veinte
años después de aquella tarde del libro amarillo estaba en el bar
de la calle Sarmiento enfrente de la plaza charlando con Lorien. Me
acuerdo que la gente de las mesas de alrededor se iban poco a poco,
recién habia terminado el partido y en la tele sin sonido aparecian
jugadores a los que un periodista hacia preguntas antes de que
abandonasen la cancha... Yo estaba un poco aburrido, y Lorien no
paraba de hablar, así que mi mirada iba vagando desde la pantalla
hasta la puerta de salida vidriada y llena de calcomanías y desde la
copa de vino que se acababa hasta los ojos y la boca de ella. Yo
hacía esfuerzos por no perder el hilo del monólogo, pero me costaba
mucho, y todo ese ejercicio de paciencia que hacía era porque no
quería volver solo a casa y también porque estaba obsesionado con
el culo de Lorien. Otro domingo gris se terminaba y la posibilidad de
terminarlo en la cama con Lorien convertía un epílogo anodino en un
comienzo de algo excitante.
En
el café estábamos nosotros dos y había un par de mesas mas
ocupadas, en una de ellas una pareja mayor terminaba una pizza y en
la otra un tipo de una edad indeterminada sacaba de un bolso relojes
y lapiceras que seguramente vendería en la calle o en los vagones
del subte. Uno de los mozos agarró el mando del televisor y empezó
a cambiar canales, yo no podía sacar la mirada de la tele, pasaban
partidos de fútbol de equipos desconocidos, programas de concursos
de preguntas y respuestas, publicidades de coches, y clips musicales
(en uno de esos fue cuando subió el volumen). Parecía que Lorien
iba a seguir hablando sobre la música de Jamiroquai, pero el mozo
volvió a cambiar el canal . En la tele ahora aparecía una larga
fila de hormigas, eran miles transportando trocitos de hojitas verdes
y también partes de otros insectos. Era uno de esos canales que
programaban documentales sobre la naturaleza. A veces la imagen era
panorámica, mostrando el serpenteo de la fila a través de lo que
parecía ser un bosque tropical repleto de vegetación y humedad, y
otras veces se detenía en el detalle de la cabeza y las mandíbulas
de alguna de las asquerosas hormigas.
Lo
bueno y lo intenso de las vivencias juveniles es que uno se da cuenta
que no hace falta recurrir a la fantasía para encontrar historias
horrorosas. Ya sabe del frío, de las poblaciones arrasadas por las
hambrunas, de las guerras y también de los desengaños y las
traiciones. No, al terror no le hace falta la ilusión ni las
invenciones.
Yo
tampoco tenía cigarrillos y el cenicero estaba repleto de puchos
aplastados, de filtros marrones y blancos y de ceniza.
¿Me
estás oyendo Germán?
Si!
Claro que te oigo
¿Y
entonces? ¿Sabés dónde venden cigarrillos?
Si,
mirá, andá a la esquina de Mario Bravo, ahí venden...
Me
quedé mirando como se iban Lorien y su culo, cuando llegó a la
vereda se giró, me tiró un besito y siguió caminando rumbo al
kiosco. Cuando desapareció por uno de los laterales le presté
atención al relato y a las imágenes de la tele... “La hormigas
Camponotus leonardi habitan las selvas de Tailandia, estas hormigas
hacen hormigueros en el suelo y son atacadas por una especie de hongo
Opiocordyceps, el caso es que cuando una de estas hormigas es
infectada, poco a poco comienza a modificar su conducta. Tiene
convulsiones y sigue direcciones erráticas. En la fase final, que
solo tarda dos días desde la infección, el hongo que ha colonizado
a la hormiga le ordena subir a un árbol, caminar por una de las
ramas y morder una hoja hasta la muerte que ocurre cuando el hongo
crece tanto que su tamaño hace que la cabeza de la hormiga estalle.
Esto permite que el hongo desde la altura de la rama se esparza por todo
el territorio de las hormigas...”
Sentado
ahí y sin un cigarro para acompañar la ansiedad pensé que el hongo
había tardado veinte años en hacerse real, que había tardado
veinte años en ocupar el sistema nervioso de un huesped involuntario
y auténtico. En ningún momento advertí que esto viene ocurriendo
desde hace miles de años, no, la historia tenia que ver conmigo,
primero la fantasía de Bradbury en mi niñez, y ahora, en mi
juventud la realidad de que una espora ocupa un individuo... Lorien
ya había pagado las copas y, mientras caminábamos hacia el
departamento de la calle Pringles, yo casi me había olvidado de la
coincidencia entre el cuento de mi niñez y el documental que acababa
de mirar en el bar. Nos terminamos los cigarros un poco después del
amanecer.
Otra vez, han pasado otros veinte años.
Lo
malo y a la vez intenso de la edad adulta es que muchas veces no
importan las historias vividas o imaginadas por otros. Uno va con su
mochila de historias, casi todas reales. No solo es espantosa la
falta de bifurcaciones y posibilidades, sino también la certeza de
que uno mismo y todo lo que lo rodea está viviendo una realidad
parecida a ciertas obsesiones infantiles.
Los
amigos van llegando de a poco a casa. Celebramos el reencuentro.
Algunos traen vino o cerveza. En la intimidad, quedamos de acuerdo
que no les diríamos que nos estamos separando, ni ella ni yo
teníamos ganas de explicaciones, de silencios ni de alianzas de
género con uno u otro a lo largo de la cena. Así que nos dedicamos
sonrisas duras y abrazos forzados ante comentarios o brindis
propuestos en diferentes momentos de la noche.
Hablamos
de la nueva serie Sneaky Pete y hablamos también de la continuación
de Games of Thrones. En un determinado momento alguien menciona el próximo estreno de Blade Runner 2049 y se arma una gran discusión en torno
al papel y a la interpretación de Harrison Ford en esa película.
¿Y
cómo es que estamos hablando ahora de Corea del Norte? No se, pero
casi todos coinciden en que Kim Jong-un es un malo de esos malísimos.
Y claro, alguien menciona a Nicolás Maduro y luego a Hugo Chávez y
después a Fidel Castro. Y de Donald Trump se pasa enseguida al
cambio climático. Algún escéptico arguye que cambio climático
eran los de antes, los de la era carbonífera o la de las
glaciaciones, pero nadie le da importancia.
Mientras
cenamos en el jardín, noto, a través de la ventana del living a
oscuras, los reflejos celestes de la pantalla del televisor en las
paredes.
Me
quedo mirando como las paredes cambian de color y trato de imaginar
lo que sucede en la pantalla que no puedo ver. La conversación del
grupo sube y baja de sonido de forma caótica. La pared refleja
naranja, azules y amarillos a veces de forma suave y otras como una
explosión. Y pienso maravillado: “El hongo nos reclama”. Sabemos
de un montón de cosas que antes merecían más tiempo en ser
aprendidas y estaban sujetas a interpretaciones y debates. Pero este
nuevo saber, en este formato audiovisual, es rápido y efectivo.
Sabemos
qué países son peligrosos y cuales no. Sabemos que religiones son
peligrosas y cuales no. También sabemos de nuevas discusiones en
torno al género sexual y sabemos que reciclar es una nueva conducta
imperiosa. Sabemos, claro que lo sabemos, que hay nuevas terapias
alternativas y que alternativas hay comidas, religiones, música y lecturas. Sabemos las tendencias en la moda y en la
tecnología. Y también sabemos cuando encender y cuando apagar. Y
por las dudas, también sabemos que podemos acudir a Internet y a un
conocimiento... alternativo.
Nuestro
conocimiento del mundo es un conocimiento sesgado y parcial, y el
problema, o mejor dicho la realidad es que ese sesgo, que ese corte
no es nuestro, es el de otros.
Esos
otros que nos dicen qué es la realidad y que es lo que debemos
aceptar o no. Qué es lo que queremos para nuestras vidas y que es lo
deseable. Cómo tenemos que amar y a quienes...
El
hongo sale de los sótanos.
Las
esporas se diseminan por todo el hormiguero.
Al menos yo sé que soy